Día 1: El accidente
George Attwood se encontraba en su coche, conduciendo velozmente hacia el
aeropuerto. Su vuelo, el 815 de Oceanic, saldría en un par de horas. George
siempre había sido un hombre previsor, un hombre de negocios. Estaba de
hecho en Sidney por negocios. Trabajaba en publicidad y marketing, y su
empresa de publicidad era famosa en todo el mundo. Sus nuevos clientes eran
de Sidney. Había venido a conocer los detalles de la campaña que querían
llevar a cabo personalmente:
Perfecto, y ahora seguro que me tiraré media hora en facturación, pensó
George con pesar. Odiaba los aeropuertos.
Iba consultando poco a poco su reloj, aun sabiendo que tenía todavía margen
de tiempo para llegar. Pero odiaba llegar tarde. No quería andarse con
prisas, porque sabía que acabarían mandándolo a facturación, como pasaba
siempre.
Avistó el aeropuerto a un par de manzanas. Todavía tenía tiempo, por suerte.
Aceleró hasta llegar ante el aparcamiento del aeropuerto, dónde dejó el
coche de alquiler aparcado. Se desmontó y avanzó hacia el interior del
aeropuerto.
George había estado en lo correcto cuándo había pensado que perdería mucho
tiempo en facturación. Había tenido que facturar una de sus maletas. Y de
camino a la puerta de embarque del avión, casi había sido atropellado por un
ciclomotor conducido por un hombre corpulento de largo pelo rizo, que iba
clamando por el camino: "¡Abran paso!".
Mientras subía las escaleras mecánicas, se había encontrado con una pareja,
un chico de pelo castaño y su "novia" o lo que fuese, una chica de
pelo
rubio un tanto antipática, que discutía con el chico porque no había podido
conseguirles primera clase.
Después, había tenido que esperar en la cola porque un hombre que iba en
silla de ruedas no había podido embarcar dado que la silla que utilizaban
para el embarque de gente discapacitada no había aparecido, y habían optado
por subirle en brazos.
Total, que el camino hacia la puerta de embarque había sido tortuoso. Pero
al fin embarcó. Le tocó el asiento 42 E, en el sector de cola del avión.
Llegó cargando su maleta hasta este asiento. Hizo un esfuerzo bastante
grande para subirla al compartimento de carga de encima de los asientos. Al
final, se había logrado sentar. Junto a él, había una mujer de pelo negro
suelto y tez morena, vestida con una chaqueta de piel y unos vaqueros.
George le hizo un gesto con la cara en señal de saludo. La chica le contestó
a este saludo con una sonrisilla tímida. Parecía nerviosa.
George se sentó y se abrochó el cinturón de seguridad. Después, tomó un
folleto publicitario del respaldo del asiento delantero. Era un folleto
sobre la compañía Oeanic Airlines. Empezó a leerlo para pasar un poco el
rato.
La chica a su lado martilleaba nerviosa en el reposabrazos de su asiento. El
sonido estaba molestando un poco a George. El hombre la miró y le habló con
amabilidad:
-¿Se encuentra bien?-Preguntó el hombre.
La chica le miró:
-Oh, si, si. Es que no me gusta nada ir en avión. Lo siento.-Dijo la chica
revolvíendose en el asiento.
George volvió al panfleto publicitario. La chica repentinamente pareció
interesarse en él. Tal vez simplemente por el hecho de calmar su
nerviosismo, empezó a hablarle a George:
-¿Cómo se llama?-Preguntó la chica.
George cerró el panfleto y le tendió una mano a la chica:
-George. ¿Y usted?-Dijo George.
La chica le estrechó la mano a George:
-Ana Lucía. Encantada, George.-Dijo la chica.
-Encantado.-Dijo George.
Ana Lucía cruzó las manos sobre las rodillas, intentando relajarse, mientras
George abría de nuevo el panfleto. Aún así, no pudo evitar darle
conversación a la chica:
-¿Primeriza en esto de volar?-Preguntó George.
Ana Lucía le miró:
-Realmente. ya vine aquí en avión. pero no puedo evitar pensar que se va a
caer.-Dijo Ana Lucía sonriendo.
George le sonrió:
-No se preocupe, todo irá perfectamente.-Dijo George.
Ana Lucía asintió:
-Si, eso espero.-Dijo sonriendo.
George y Ana Lucía habían estado hablando durante un rato después del
despegue. Ana Lucía era una mujer que parecía constantemente interesada por
saber si la gente tenía hijos, pues le había preguntado a George si tenía
hijos. Él le había mostrado fotografías de sus dos hijas, Kennedy y Ashley,
que eran dos jovencitas rubias de 15 y 16 años. La cara de Ana Lucía se
iluminaba cuándo veía las fotos de las chicas. Parecía tener mucho instinto
maternal.
Tras un rato de conversación, un hombre mayor pasó caminando junto a sus
asientos, en dirección al cuarto de baño del sector de cola. Al parecer,
había algún problema en el cuarto de baño delantero. Vieron salir a varios
asistentes de vuelo en aquella dirección.
Segundos después de aquello, comenzaron a sucederse una serie de
turbulencias. Las luces del avión parpadearon, y las mascarillas se
soltaron. George y Ana Lucía no tardaron en ponérselas. George habló a la
mujer, nerviosa:
-No se preocupe, esto es normal, supongo que.-Su voz fue apagada por el
sonido del fuselaje de la cola al desgajarse del resto del avión. La cola se
fue en picado al mar. George perdió el sentido.
George abrió los ojos en una playa. Ana Lucía estaba sobre él, mirando si
seguía vivo. Sonrió al comprobar que si. George se incorporó hasta quedar
sentado:
-¿Te encuentras bien?-Preguntó Ana Lucía.
George estaba confuso, mareado:
-Si, estoy bien.-Dijo George.
Ana Lucía sonrió y asintió, antes de lanzarse al mar. Echó a nadar en
dirección a una mujer, que manoteaba torpenmente en el agua. Iba a sacarla
del agua. Llegó junto a ella y la rodeó con su brazo izquierdo, nadando de
vuelta a la orilla con sus piernas y su brazo derecho.
George echó un vistazo panorámico a toda la pequeña playa donde se
encontraba. Había una mujer con un vestido beige de cabello rubio, con los
hombros ensangrentados, sentada junto a un hombre que parecía estar
inconsciente. También vio a una azafata del vuelo, de pelo negro corto, que
estaba empapada y llorosa. Un hombre alto, de color, y rostro serio,
custodiaba a dos niños. También había varias personas más vivas por allí.
Al fondo, una imagen impactante: en el mar, flotando como si fuera la cola
de una ballena enorme, la cola del avió con el logotipo de Oceanic,
hundiéndose poco a poco en el mar. George estaba chocado por lo que había
ocurrido. El avión se había estrellado.
Entonces, del bosque apareció un hombre, de pelo castaño y vestido con ropas
beiges secas. El hombre llamaba:
-¡Eh! ¡Por aquí!-Gritó el hombre.-¡Necesito ayuda!-
Ana Lucía, que se había desembarazado de su chaqueta, fue quien salió
corriendo al interior de la selva tras aquel hombre. George se quedó mirando
como ambos desaparecían corriendo dentro de la selva.
Poco después de aquello, Ana Lucía y aquel hombre regresaron a la playa.
Traían consigo a aquel hombre que había pasado hacia el cuarto de baño del
sector de cola. Parecía ser que le habían encontrado sobre unos asientos. en
la copa de unos árboles.
El hombre negro grande se había dedicado a recoger los cadáveres que
flotaban cerca de la playa. Los niños se habían quedado a cargo de la
azafata. Ana Lucía y la mujer rubia, que había dicho llamarse Libby, habían
estado practicando primeros auxilios a un hombre que tenía una fractura en
la pierna derecha.
George seguía traumatizado allí, sentado en la arena, mirando a su
alrededor. Estaban en algún lugar dejado de la mano de Dios, y estaban
perdidos.
Noche del primer día: Ellos
Goodwin, el tipo que había salido de la selva y había avisado de lo de
Bernard, el hombre que habían encontrado en lo alto del árbol, había
plantado una hoguera con lo poco que había podido encontrar. George estaba
sentado junto a la hoguera, calentádose, junto con Cindy, la azafata del
avión, y Bernard. El hombre negro, Eko, estaba sentado solo alejado de los
demás. Bernard se acercó a él para preguntarle sobre algo referente a su
esposa.
Ana Lucía llegó junto a George, y se sentó a su lado:
-¿Te encuentras bien?-Preguntó George.
George salió de su ensimismamiento:
-Si, si, estoy. bien.-Dijo George.
Ana Lucía azuzó un poco el fuego con un palo:
-Al final, el avión se cayó.-Dijo Ana Lucía mostrando una sonrisa a George.
George asintió:
-Si, la verdad es que mi capacidad de previsión no es muy buena.-Dijo
George.
Ana Lucía le miró:
-Gracias, George. Gracias por lo que hiciste en el avión.-Dijo Ana Lucía.
-¿Qué hice?-Preguntó George, extrañado.
-Hablarme, animarme, distraerme.-Dijo Ana Lucía.
Distraerte. ojala no estuvieramos aquí ahora mismo., pensó George.
-Tú salvaste mi vida.-Dijo George.
Ana Lucía se puso seria de repente. George se quedó mirando las danzantes
llamas:
-Será mejor intentar dormir algo.-Dijo Ana Lucía.
George asintió:
-Claro, por supuesto.-Dijo George.
Si consigo dormir algo., pensó George.
Más tarde, esa misma noche, George se despertó exaltado y vio correr a
Goodwin y a Ana Lucía dentro de la selva. Estaba confuso, se preguntaba que
habría pasado. Al parecer, habían oido gritos. Libby se quedó al cargo de
los dos pequeños niños, que al parecer viajaban para reunirse con su madre.
Poco después, regresaron al campamento Ana Lucía, Goodwin y Eko. Eko traía
la camisa cubierta de sangre. George se asustó. Entonces, Ana Lucía nos
contó lo que había ocurrido. Dos hombres habían cogido a Eko mientras
dormía, y lo habían arrastrado a la selva. Había tenido que matarles en
defensa propia.
Día 2: Perdidos
Eko no había articulado una sola palabra desde que habían vuelto al
campamento la noche anterior. Ana Lucía y Goodwin discutían ante los
cadáveres de aquellos dos hombres, que habían arrastrado a Eko hacia la
selva. George les observaba, de pie junto a Cindy y Libby. Estaban
deliberando:
-No llevan nada, ni carteras, ni llaves, nada.-Dijo Ana Lucía mientras
registraba las ropas de los dos muertos.
Eko estaba solo, mirando al mar, y desembarazándose de la camisa. Ana Lucía
caminó hacia él:
-¡Ey! ¿Estás bien?-Preguntó Ana Lucía.
Eko la miró, pero no le contestó.
Natham, un tipo candadiense, llegó corriendo del interior de la selva:
-¡Ey! Tres personas han desaparecido.-Dijo Nathan.
La cara de Ana Lucía se puso muy seria. Nathan empezó a describir a los
desaparecidos. Tras un rato de conversación muy breve con Nathan, Ana Lucía
dijo:
-Esta gente estaba aquí antes que nosotros.-Refiriéndose a los cadáveres.
George, Libby, Cindy y Bernard, igual que el resto de personas, miraban a
Ana Lucía. El terror se advertía en sus caras.
Ana Lucía estaba dando un discurso para todos los supervivientes de la
playa:
-Tenemos que dejar la playa, encontrar un lugar seguro.-Dijo Ana Lucía.
Nathan se puso en pie:
-Tenemos a los niños, y a gente herida. ¿A dónde se supone que quieres
ir?-Dijo Nathan.
Ana Lucía le escuchó:
-Si queremos que nos rescaten, tenemos que quedarnos aquí, en la playa.-Dijo
Nathan.
Goodwin intervino:
-Nathan tiene razón.-Dijo Goodwin.
Ana Lucía no estaba de acuerdo:
-Podemos dejar una hoguera encendida y hacer turnos para que no se apague.
Nos localizarán, no podemos estar muy lejos de tierra firme.-Dijo Ana Lucía.
Entonces, intervino Cindy, la azafata:
-Si, estamos lejos.-Dijo Cindy.
George, Goodwin, Ana Lucían, Nathan y los demás se quedaron mirándola.
Esperaban ansiosos que les expusiera su teoría de que estaban lejos de
tierra:
-Escuché al piloto decir que habíamos perdido la comunicación. Llevabamos 2
horas volando en la dirección equivocada.-Dijo Cindy.
Todos se quedaron en silencio. Aquella revelación los dejó a todos
desesperanzados.
Dia 5: La muerte se anuncia
Había muerto uno de los supervivientes. El hombre de la fractura en la
pierna, al que Libby había atendido desde que habían llegado a la isla,
había perecido ante la infección. No tenían antibióticos ni nada que se le
pareciera. Estaban en una situación muy mala. No tenían ningun tipo de
recursos de los que disponer.
Habían hecho un cementerio tras unos árboles, dónde habían enterrado a todos
los que habían perecido en el accidente. George ayudó a cargar al muerto
hasta su tumba. Eko estaba en silencio, alejado de los demás, mirando al
mar, con el palo que había arrancado el segundo día sobre su hombro.
Nadie sabía que decir. No conocían a aquel hombre, igual que no conocían a
ninguno de los demás muertos. Todos eran desconocidos allí. Eran muchos.
pero estaban todos solos. George solo puedo decir una cosa:
-Descanse en paz.-Dijo George.
Todos los presentes dijeron al mismo tiempo:
-Amén.-
Día 12: Sospechas
Había pasado una semana de relativa tranquilidad. El único suceso
significativo de aquella semana, era que había llegado a la playa una caja.
Era una caja cargada de boomerangs. Ana Lucía había tenido una idea muy
buena, y era fabricar armas con esos boomerangs, atándolos a palos. Se
encontraba afilando uno de ellos, sentada en la playa. Goodwin se le acercó:
-Me esperaba otra cosa.-Dijo Goodwin.
Ana Lucía comprobó el filo del boomeran con la punta de su dedo índice.
Después, continuó afilando el boomerang con la piedra:
-Bueno, han dicho que se han visto pisadas de jabalí por aquí cerca. Es
posible que esta noche cenemos jamón.-Dijo Ana Lucía.
Ana Lucía miraba a los niños, que jugaban entre ellos, empujándose y riendo
felices. Goodwin sonreía mirándola.
Unos arbustos se agitaron a su espalda. Llegó Nathan procedente de la selva.
Ana Lucía se levantó sobresaltada:
-¿A dónde habías ido?-Dijo Ana Lucía.
-Al baño.-Dijo Nathan.
Ana Lucía no pareció agradada por la respuesta:
-Ya tenemos un sistema para eso, Nathan. Vamos por parejas.-Dijo Ana Lucía.
Nathan se quedó mirándola con rostro serio, una mirada fría que Ana Lucía le
devolvió también. Entonces, Nathan respondió:
-Si, claro. Lo siento, de verdad. No volverá a pasar.-Dijo Nathan.
Ana Lucía no dijo más. Se apartó de Nathan, que la miraba con una expresión
de mal humor.
Noche del duodécimo día: Ellos han vuelto
George dormía tranquilamente por primera vez desde que habían llegado a la
isla. Todo el campamento estaba en silencio. La hoguera chasqueaba todavían
encendida. George se atragantó mientras dormía. Abrió los ojos y se movió en
su "cama". Al girarse, lo que vio le dejó tan sorprendido. aquello
era
inaudito:
Eran ellos, habían vuelto. Desde su posición podía ver hasta a cuatro
personas, vestidas con pantalones de pernera desgarrada, con los pies
descalzos sobre la arena. Estaban inmóviles, de pie, mirando a los
supervivientes, que dormían. George permaneció lo más quieto que pudo,
buscando a Ana Lucía con la mirada. Pero ella estaba muy lejos. No podía
llamarla sin que ellos se dieran cuenta.
No hizo falta. Ellos se lanzaron sobre el grupo. Empezaron a coger a la
gente, empezando por los dos niños. Los pequeños gritaron, y despertaron a
Ana Lucía y a Goodwin. En cuestion de minutos, todo el campamento estaba
despierto.
Uno de ellos agarró a George. El hombre pataleó y le golpeó las manos con
los puños. Pero él no le soltaba. Él cargaba a George sobre su espalda de
vuelta a la jungla. Pero entonces, apareció Ana Lucía corriendo y se arrojó
sobre él. Él soltó a George, que, confuso, corrió hacia la selva:
-¡George!-Gritó Ana Lucía.
Pero George estaba bien. A diferencia de los demás que eran arrastrados
hacia la selva. Ana Lucía corrió hacia uno de ellos, una chica, y la golpeó
con el puño en la cara. El golpe fue muy contundente, e hizo que el cuello
de aquella chica se partiese, y cayó al suelo inherte. Ana Lucía se dispuso
a seguir al resto de ellos. pero ya no estaban. Estaban dentro de la selva.
Día 13: El labrador
George, tras huir de ellos, se había alejado mucho dentro de la selva. No
sabía como iba a regresar. Estaba completamente solo y perdido. Caminaba
lentamente por la selva, cubierta de árboles y de palmeras. Se apoyaba en un
palo para caminar, un palo que había arrancado por ahí. Se había deshecho de
su chaqueta, desgarrada de su huida a través de la selva. Se sentía solo, y
echaba terriblemente de menos a su familia. Incluso, echaba de menos a Ana
Lucía.
Su camino le llevó a una charca, con una catarata enorme. Tenía muchísima
sed. Así pues, no dudó en agacharse a beber un poco de aquel estanque.
Sumergió una de sus manos en el agua y tomó un poco. Se la llevó a la boca y
bebió. Después, repitió. Aquella agua le refrescó mucho la garganta. Eso era
lo que él necesitaba.
Unos arbustos se movieron a su derecha. George se asustó, y clavó la mirada
en los arbustos. Su corazón comenzó a latir a toda velocidad:
Son. ¿son ellos de nuevo? ¿Vuelven a por mí?, se preguntó George mientras
alzaba su palo lentamente y se ponía en pie despacio.
Pero lo que salió de entre los arbustos no era uno de ellos. Era un perro.
Un labrador. Tenía collar y todo. El perro se sentó ante él y jadeó. Tenía
el pelo castaño claro, rubio, y sus ojos se centraron en George. El hombre
también le miró:
-Hola.-Dijo al perro.
Se acercó despacio a él y le acarició la cabeza. El perro se dejó acariciar
y lamió la mano de George:
-¿Cómo has llegado aquí?-Preguntó George, aunque sabía de sobra que el
perro
no le respondería nada en absoluto.
Si este perro vive en la isla, eso es que hay más gente, más supervivientes
en la isla, pensó George esperanzado.
El perro, repentinamente, se levantó y salió corriendo por dónde había
llegado. George quería segirlo, pero el perro fue demasiado rápido y no tuvo
tiempo a seguirle.
Día 15: El monstruo del humo
El día anterior, George se había pasado la mañana en las copas de los
árboles, tirando la fruta al suelo. Era la primera vez en todo el tiempo que
llevaba en la isla que había comido una comida un poco decente, sin contar
la gallina de la primera semana en la isla. Se había saciado todo lo que
había podido, pero por aquella zona los árboles estaban bastante limpios de
fruta. Alguien había ido recolectándola.
Todavía estaba en las copas de los árboles cuándo percibió un movimiento
extraño en la selva. Las copas de los árboles se agitaban en una linea
recta, como si algo se moviera entre los árboles. No sabía que sería
aquello, pero decidió no quedarse a comprobarlo.
Bajó del árbol en que estaba y echó a caminar lo más rápido que pudo por la
selva, sin ninguna dirección clara, solo teniendo claro que hacia aquellos
movimientos en la selva no iría. Solo podía moverse en la dirección
contraria:
No creo que ellos puedan hacer eso a los árboles, pensó George.
Entonces, escuchó un ruido. Similar a un sonido mecánico, como un rugido. Se
dio la vuelta inconscientemente para ver qué había producido el ruído. Y lo
que vió le dejó sorprendido:
Una especie de cortina de humo negro, serpenteando entre los árboles, se
dirigía a gran velocidad hacia él. George se quedó con los ojos abiertos
como platos mirando a aquella cosa. Emitía ruidos similares a chasquidos al
moverse.
La "criatura" llegó a su lado y se detuvo frente a él. Pareció
mirarle. Si
es que aquella cosa podía mirar. Durante unos segundos, se quedaron el uno
frente al otro, mirándose, o George mirando al monstruo.
Tras estos segundos, el "monstruo" de humo empezó a retraerse sobre
si
mismo, y se alejó igual de rápido que había llegado entre los árboles.
George no salía de su asombro.
¿Qué es lo que acaba de ocurrir? ¿Qué era eso?, pensó George muy
sorprendido
por todo lo que había sucedido.
Día 16: Al final
George llevaba la mañana entera de aquel día recolectando fruta y
preguntándose que era aquella cosa de humo negro que había tenido delante el
día anterior. No sabía cuánto tiempo más sería capaz de sobrevivir. Solo,
sin apenas comida, y con un monstruo rondándole. Además, estaban ellos, que
no sabía cuándo podían volver.
Por la tarde, llovía. George caminaba lentamente por un tramo de bosque,
oscuro por la lluvia. George caminaba ya con los pies descalzos, y los
pantalones desgarrados. Había perdido sus zapatos en algún punto de la isla.
Su indumentaria en ese momento era similar a la de uno de ellos.
Estaba cansado de caminar. Aquel tramo de selva parecía enorme, y encima
cuesta arriba:
¿Tiene sentido que siga caminando? ¿Tiene sentido que siga esforzándome?,
pensó George con mucho pesar. Estaba derrotado.
Entonces, empezó a escuchar algo. Era como un murmullo. unos susurros que
parecían salir de todas partes de la selva. George empezó a mirar todo a su
alrededor, buscando el origen. Pero aquello no tenía origen. Parecía la voz
de la selva.
Los susurros cesaron, incomprensibles, unos minutos después. George se quedó
en silencio. Se quedó pensativo e inmóvil:
¿Dónde estoy? ¿Qué es esta maldita isla?, pensó George.
Este pensamiento fue el último que pasó por la cabeza de George. El último
antes de que un disparo, fuerte y prolongado, resonase y sacudiese toda la
selva. George sintió un mordisco, un ardiente mordisco en el pecho. Le
habían disparado a él.
Se desplomó en el suelo. Tuvo algunos segundos de vida para ver a quien le
había disparado, una mujer, con una camiseta de color gris y un rifle de
mirilla francotiradora. Fue lo últimoque George Attwood vio.
George Attwood había perecido tras una estancia de 16 días en aquella isla
maldita. La suerte de los demás supervivientes del vuelo 815. todavía era un
misterio.