Es
cierto que la mayoría de las cosas no se valoran hasta que se pierden, y que
cuando las perdemos, ya es demasiado tarde para recuperarlas.
Cuando
supo que su padre había muerto olvidó todas las razones que tenía para
odiarle. Todas las razones o excusas que con las que se había machacado una y
otra vez para no sentirse culpable de haber destrozado su carrera. Su problema
con la bebida. Su poca ética médica. Las puñaladas al juramento hipocrático.
En cambio, lo único que recordó cuando hallaron su cuerpo sin vida, fue las
tardes que se pasó jugando con él al béisbol los domingos intentando
perfeccionar un giro de muñeca que no mejoraría nunca; el apoyo moral que le
prestó cuando quiso estudiar medicina, como le ayudó a conseguir el trabajo
en hospital. Y si lo pensaba bien, su problema con la bebida se convertía en
una enfermedad y sus problemas con los pacientes una derivación de ella.
Es
curioso como valoras las cosas cuando las pierdes. Y también como la mente
enlaza unas cosas con otras sin tener en realidad que ver una con otra.
Recuerda la primera vez que lo estudió en el instituto. Asociación de ideas.
En un momento estás preocupado por apretar un botón cada 108 minutos y al
segundo estás recordando la muerte de tu padre y lo que fue él en vida.
Asociación de ideas. Lo que no valoras hasta que lo pierdes. Como su padre.
Como todos los pequeños detalles de su vida cotidiana que ni siquiera tomaba
en consideración. Como los perritos calientes con doble de chili que vendían
a dos manzanas del hospital o la ducha que se daba cada mañana y cada noche
al salir y llegar a casa.
Las
cosas no se valoran hasta que las pierdes, pero si las recuperas las valoras
el doble que cuando las creías perdidas.
El
olor a jabón es intoxicante. De avena, cree. Solía usar un jabón de avena
en Los Ángeles. En la universidad aprendió que la avena trata mejor el ph de
la piel que cualquier otra clase de componente. Tonterías de médico quizás.
Almohada ergonómica, leche enriquecida en fibras, gel de avenas… Son pequeños
avances científicos que le reconfortan, que le hacen tener los pies en la
tierra. Es un hombre de ciencia, siempre lo ha sabido. Cree lo que ven sus
ojos, rechaza todo lo demás. Un accidente, una isla maldita y un hombre de
fe, le están desbaratando todo en lo que ha creído durante su edad adulta.
Así que sentir aquello, aquel nimio triunfo de la ciencia, del hombre de
ciencia, le hace sentir mejor. Reconforta. Tranquiliza.
Está
seguro de que Kate se reiría de él si se enterase. Le miraría con los ojos
bien abiertos, arquearía las cejas y torcería la cabeza. Después le diría
algo así como “sabía que en el fondo eras un crío” y le sonreiría.
Asociación
de ideas.
La
imagen de Kate envolviéndose en la toalla ocupa de nuevo todo su pensamiento.
Nunca se fue muy lejos en realidad, pero había logrado apartarla durante unos
momentos. Gracias a ella está ahora aquí, bajo la ducha. Controlando el
grifo para que el agua no salga demasiado fría, aunque a veces no puede
controlarlo y la sensación del frío contra su piel es tan brutal que tiene
que apartarse un
poco hasta que consigue llegar de nuevo a la temperatura ideal. Es la segunda
persona en ducharse, aunque sabe que dentro de poco vendrán todos. Después
del banquete de la noche les contaron a los demás que también había una
lavadora, una batidora y por supuesto, unas preciadas duchas con agua
caliente.
Pone
un poco más de jabón en sus manos y lo esparce sobre su cabeza. Va a estar
limpio. Después de más de un mes de suciedad va a estar realmente limpio. Su
ropa ha salido de la lavadora hace escasamente diez minutos. El jabón le está
limpiando hasta el último rincón de su piel. Se siente bien. Se siente tan
bien que casi no recuerda que es su turno en apretar el dichoso botón. Así
que, cuando el molesto pitido empieza sonar, se da cuenta de que se le ha ido
el santo al cielo y que tiene que apretarlo porque sino todos morirán. Eso
dicen al menos.
Coge
una toalla corriendo y se la enrolla alrededor de la cintura, dejando enormes
huellas de agua en el trayecto hacia el ordenador. 4. 8. 15. 16. 23. 42. Y
tarda un segundo más en apretar el botón. Un segundo en el que sopesa los
pros y los contras. El razonamiento metódico y el miedo irracional de que la
razón le falle. De que nada tenga lógica. Un segundo demasiado largo mirando
fijamente la pantalla del ordenador, con la vista mucho más allá.
Traspasando los circuitos y los cables, el mundo sensible.
Execute.
El ordenador calla y él siente que ha vuelto a perder una batalla; pero a
pesar de eso ahora respira mejor. Ciento ocho minutos de tranquilidad. Ciento
ocho minutos para pensar en si volver a apretarlo es lo mejor que puede hacer.
Ciento ocho minutos para sopesar sus creencias. Ciento siete.
Nota
el frío recorrerle la piel. Casi ha olvidado que está medio desnudo en mitad
de aquel búnquer sacado de los años cincuenta. Al menos está solo.
-
¿Sabes que estás dejándolo todo perdido?- levanta la cabeza y la ve.
Sonriente. Mirándole descaradamente de arriba abajo. – Cuando te dije que
necesitabas una ducha, me refería exclusivamente a ti, no a que duchases
también al suelo-
-
Creía que estaba solo- dice. No puede evitar devolverle la sonrisa.
-
¿Y eso es una razón?- se acerca a él, sorteando el agua del suelo a cada
paso.
-
En realidad- tuerce un poco la cabeza- es una excusa.-
Ya
no siente el frío y en su lugar se ha instalado un bicho nervioso en su estómago
y más abajo, que hace que note su cuerpo caliente. Kate se acerca a él
juguetonamente, sentándose en una esquina de la mesa, a escasos centímetros
de él. Ella también está limpia. Huele bien y además tiene un color vivo
en las mejillas. La comida de anoche. Supone. Es demasiado guapa, está
demasiado cerca y él solo lleva una toalla, así que intenta escaparse antes
de ponerse en ridículo.
-
Bueno, yo – balbucea- voy a ponerme algo de ropa antes de coger una pulmonía-
-
Aquí dentro no hace frío-
No,
en realidad en ese momento hace demasiado calor. Son adultos. Son
responsables. Deberían saber separar las cosas. Su única preocupación debería
ser salir de la isla, aunque reconoce que lleva demasiado tiempo para
preocuparse solo por ello, y que, bueno, Kate siempre le ha parecido
atractiva.
-
¿No vas a dejar que me escape por la salida fácil?- Sabe a lo que ha venido.
Bueno, a lo mejor no vino a eso y encontrarle con solo una toalla cambió sus
planes. Pero sabe lo que le está pidiendo ahora.
-
¿De veras quieres escapar?-
Se
acerca a ella. Nunca ha sido demasiado bueno interpretando las señales de las
mujeres, pero cree que esta vez son demasiadas como para equivocarse. Al menos
eso espera, porque ha visto a Kate defenderse y no quiere acabar con las últimas
existencias de medicamentos. La asociación de ideas vuelve a fluir en su
cabeza y se para justo a un par de centímetros de su boca. Kate le mira con
los ojos brillantes y sabe que le va a matar, pero no puede olvidarse de eso.
-
No nos hemos fijado si hay medicinas por alguna parte. Deberíamos buscarlas.
Las necesitaremos tarde o temprano.-
Ella
se ríe y agacha la cabeza mientras se muerde el labio nerviosamente. Apoya su
mano sobre su pecho desnudo y Jack tiene que pensar en los partidos de béisbol
con su padre para controlar sus hormonas. Sigue siendo el líder. Tiene que
seguir siendo la persona responsable. Aunque ella sigue oliendo a jabón, o
quizás sea él, y es difícil decidir. Es muy difícil ser juicioso en estos
momentos.
Acerca
sus labios a su rostro y susurra encima de ellos, rozándolos, tentándole.
-
Yo comenzaré por la despensa-
Se
siente a partes defraudado y aliviado. Le gusta bastante, lo reconoce, pero no
está seguro de si es el mejor momento. Ella le atrapa el labio inferior
durante un segundo, a modo de algo que puede y al final no es, lo acaricia con
la lengua y luego se separa. Su cuerpo reacciona demasiado rápido. Demasiados
días sin encontrar un momento a solas en el que poder desahogarse. Lo toalla
es fina y necesita darse argumentos médicos para sentirse menos avergonzado.
El cuerpo se prepara para reproducción. La sangre se acumula en un único
punto. Es la naturaleza, no es él. Se siente como si volviese a tener
diecisiete.
Cuando
abre los ojos es solo cuando se da cuenta de que los había cerrado y ve a
Kate mirándole con una sonrisa de mujer traviesa. Bueno, sí, puede que esté
cambiando un poco de opinión sobre lo de buscar las medicinas en ese preciso
momento.
-
Puede que…- comienza a decir, pero no lo acaba. Kate pasa una de sus manos
por detrás de su cuello, lo atrae hacia ella y lo besa. Y dios, hacía
demasiado tiempo que no besaba a una mujer. Después de su esposa solo había
tenido un ligue de bar y básicamente se había concentrado en su trabajo
desde entonces.
Nota
sus pechos a través de la ropa, navega con su lengua por su boca abierta y si
el ordenador no fuese tan sumamente importante, lo tiraría al suelo para
poder tumbarla sobre la mesa.
-
Tío, Locke me ha dicho que ahora me toca a…- la voz de Hurley les hace
saltar como un resorte- … a mi. Lo… lo del botón, dice que me toca-
El
pobre agacha la cabeza avergonzado, mirando con interés los cordones de sus
zapatos. Bueno, dentro de lo malo que les haya pillado Hurley es lo mejor que
les podía pasar, aunque se imagina a Hugo mirándole y sonriéndose, con una
expresión de “ya te lo dije”, como si hubiese vuelto a la escuela. Es un
niño grande en el fondo.
Kate
se baja de la mesa y susurra algo de la despensa mientras se marcha en dirección
a ella. Hurley le vuelve a mirar para agachar la cabeza de nuevo corriendo.
Mierda.
Había olvidado por un segundo lo fina que es la toalla. Se acerca a una de
las camas donde ha dejado parte de su ropa y se medio ata una camiseta
alrededor de la cintura. No disimula demasiado pero tampoco cree que necesite
llevarla mucho más puesta. Hurley no es algo así como un adonis,
precisamente.
-
Eh, Hurley- no cree que hace falta que se entere de esto la gente. Sobre todo
cuando ni él mismo sabe lo que hay, pero no sabe bien como decirlo.
-
No te preocupes tío, soy una tumba-
Le
sonríe. Locke ha hecho un gran trabajo si hasta ha conseguido que Hurley
participe con la secuencia de números. Es bueno encontrar buenas personas,
aunque sea a raíz de algo malo.
-
Gracias- le da unas palmaditas en la espalda y vuelve a meterse al baño para
vestirse con la ropa que había preparado desde un principio.
Dentro
de poco la alarma volverá a sonar. Volverán a correr, a escapar, a temer por
todos ellos. Mañana volverá a faltar comida y un monstruo que no pueden ver
intentará matarles. Pero ha besado a Kate, ha encontrado un momento de paz.
Debemos
valorar las cosas que tenemos y que podemos perder. Agarrar los momentos
felices con los dedos y no dejar que se escapen.
Quizás
por eso, porque lo ha aprendido, hoy Jack Sheppard se siente feliz.